Por Carlos Andrés Amaya*
-Apúrese mijo, vaya y ordeñe las vacas antes de irse para el colegio. ¡Está cayendo yelo, toca que se ponga la ruana de su papá que es la más gruesa!
-Sí, mamá ya voy. Espero no me coja la tarde porque tenemos evaluación.
Nairo se levantaba a las 4 de la mañana a ayudar con los quehaceres de la casa, se sentaba junto al fogón para entibiarse un poco pues el frío hacía que se le entumecieran las rodillas y las manos, tenía que bañarse con agua helada, agua recién bajadita del páramo de Arcabuco; luego del baño se le ponían las manos moradas -como decía su mamá-, y tenía que apurarse para llegar a tiempo al colegio, que quedaba a varios kilómetros de su casa. El niño tomaba aguapanela caliente y se apoyaba sobre un taburete para alcanzar los pedales de la bicicleta que ya tenía la cadena un poco oxidada, resultado de largas noches de niebla a la intemperie; pero eso no era excusa para que dejara de pedalear al ritmo de su corazón.
Nairo -el hijo de don Luis Quintana-, salía cada día con su mochila a la espalda, rogando que no lloviera para que no se le mojaran los cuadernos. Algunas veces llegaba con el pantalón roto a clases, luego de que algún carro lo embistiera imprudentemente por el camino. En las tardes era común para los habitantes de la zona verlo yendo de aquí para allá, estirando los brazos, imaginado que cruzaba la meta en algún lugar de Europa, con su equipo escoltándolo; es decir, don Luis, quien desde su Renault 4 gritaba vivas al gran ganador. Fueron años en los que era importante pedalear intentando alcanzar el horizonte, escuchando la voz de su papá, sintiéndose invencible, sin importar la niebla o la furia de los perros que de vez en cuando lo acechaban.
Nairo Quintana, hijo de campesinos boyacenses, descendientes de alguna manera de aquel legendario ejército que luchó para darnos La Independencia como heredad; que con la ropa hecha jirones combatían no solo contra los españoles, sino contra la enfermedad, el hambre y el pesimismo de unos cuantos que les pedían que se rindieran; que atravesaron en alpargatas y delgados pantalones de brin las montañas escabrosas de Boyacá y Santander, boyacenses de sangre muisca, que aprendieron a pelear por su dignidad y la conquista de la libertad; lleva en su sangre un legado que tal vez nos responda por qué este joven supera a miles de ciclistas, en su mayoría europeos, con fisonomías aparentemente más favorables, con mejores dietas e historias de infancia en las que no tuvieron que cruzar surcos en la tierra con la fuerza de sus brazos, y desconocieron el placer de salir en la mañana a calentarse junto al fogón de leña y a contemplar la espesura de la niebla sobre las impetuosas montañas vigiladas por el cóndor de los Andes.
A lo mejor, es por eso que Nairo se sigue preparando en las montañas de su Boyacá del alma, donde se encuentra a decenas de campesinos que suben el alto Sotepanelas en bicicleta, que cargan con su ruana y azadón, usan botas de caucho y sus morrales van cargados con las papas cocidas para el avío, el termo con el tinto, pero sobretodo, con sueños y ganas de salir adelante.
No obstante, hay cosas que suelen agobiarle y es que, tras los resultados en el reciente Tour de Francia, Nairo además de enfrentar el dolor en su hombro y pierna izquierda, también enfrentó el sinsabor causado por unos cuantos titulares que desconocían, a todas luces, el esmero y la tenacidad que involucra soportar la carrera del más alto nivel de exigencia. A pesar de eso, no se rindió, no dio muestras de dolor y, por el contrario, mantuvo la mirada firme, se levantó y siguió pedaleando con el valor y la fortaleza que su identidad sabe imponerle; recordando tal vez, los ojos de su pequeña hija o quizá, la tenacidad de los campesinos de su tierra, más berracos que Froome o Thomas, pues pedalean todos los días sin rendirse, sin dejar de esbozarle una sonrisa al nuevo sol.
Justo ahora, vienen nuevos horizontes, compite la Vuelta a España; y por supuesto, desde su tierra natal lo seguimos apoyando y seguimos gritando vivas al gran ganador, pues sabemos que a esta gran historia le faltan aún varias páginas por escribir.
*Gobernador de Boyacá.